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El Virus que Nadie Nombra


(Foto por La Poderosa)


Por Manuel Parola


Argentina se encuentra atravesando su tercera semana de cuarentena, y la seguridad de su extensión fue saldada por el presidente Alberto Fernández el pasado viernes por la noche. Lo único que todavía es una incógnita es hasta cuándo se prolongará este aislamiento después de llegado el 26 de abril, pero lo inclaudicable es la necesidad de tener en cuenta que es por el bien y la seguridad de toda la nación. Y nótese que hablo de nación y no de Estado. Lo único que no se mantiene estático, es la angustia del pueblo argentino, que sólo piensa en cuándo se volverá a la normalidad en cuanto a actividades económicas, y por lo tanto, a actividades sociales.

La angustia de querer volver a abrazar a los afectos y a trabajar, y de no saber el cuándo ni el cómo de la resolución de esta historia terrible ha elevado la espuma a más no poder de los lectores, y por supuesto, de los sectores más ortodoxos del poder político y económico, que ven en el resguardo impertérrito de la salud una amenaza a las ganancias de los privados. Y cuando hacemos este comentario, lo hacemos pensando en la diferencia entre “los privados” que conforman el empresariado nacional e internacional que tiene base en el país, y “los privados” que, en los barrios, las distribuidoras les llevaron la mercadería con un descarado aumento que no tiene razón de ser… Claro, si es que les han llevado algo.

Es ésta disyuntiva la que rebela, de alguna manera, la mecánica que un sistema global a través de dos hechos destapados en los medios, algunos medios, en la última semana: el diario El País publicó el viernes pasado, hace casi una semana, que “Francia denuncia intentos de Estados Unidos de llevarse sus pedidos de China” (https://elpais.com/sociedad/2020-04-02/la-guerra-de-las-mascarillas-enfrenta-a-europa-y-eeuu.html), alegando que el gendarme del mundo intercepta pedidos de mascarillas y de insumos médicos en los aeropuertos, pagando en efectivo el valor del cargamento más un interés para poder hacerse de los elementos y cambiar su destino hacia territorio norteamericano. En éste sentido, la prensa europea también levantó sus dedos hacia los galos, dado que Macron decretó en el mes de marzo la requisa de todo cargamento que llegara a los aeropuertos franceses, derivando en la decomización y apropiación de cargamentos de mascarillas comprados a una firma sueca, que tenían como destino España e Italia. Es decir: no sólo Francia denuncia a EEUU del mismo delito que comete contra sus vecinos, sino que además la cuestión de las mascarillas y los cargamentos médicos se ha convertido en una verdadera guerra entre los países llamados “centrales”. Una guerra que tiene como botín en disputa los recursos, que desde el vamos hay que recordar que NO TENÍAN, no sólo por la enorme cantidad que se solicita, sino por la carencia de capital monetario destinado al rubro de la salud.


(Foto por La Poderosa)


El otro hecho que MUY pocos medios han sacado a la luz, es la situación de las PyMEs, en tanto a la dificultad que tienen para poder llevar adelante sus actividades, las que por su rubro se encuentran exceptuadas, y hasta incluso para pagar sueldos, aquellas que por la cuarentena han cerrado sus puertas. En este contexto, y más aun viendo el comportamiento de muchos titulares de empresas de gran espalda como por ejemplo Paolo Rocca en Techint, despidiendo 1450 empleados en medio de la situación de cuarentena, o el hermano de la vida del expresidente Mauricio Macri, Nicky Caputo, que desde su empresa Mirgot, dejó en la calle a 750 trabajadores, no debería sorprendernos que, en las distribuidoras de alimentos y bebidas, son los grandes personajes de la industria supermercadista la que compra una enorme cantidad de productos para stockear y llenar las bodegas, dejando así a los pequeños almacenes de barrio con muy poco que hacer. A algunos, las distribuidoras ya ni les atienden, están cerradas. Entonces, ante el desabastecimiento de los negocios de cercanía, los consumidores terminan comprando de las góndolas de “los privados” más grandes, los que tienen espalda para rato.

Y he aquí las huellas de un sistema de concentración del capital tan feroz como silencioso, instalado en los años 70 después de la llegada de José Alfredo Martínez de Hoz a la dirección del Ministerio de Economía argentino, asentado en los ’90 con Carlos Saúl, traído de las orejas a una cancha dibujado por otros jugadores pero invitado a jugar en fin durante la década ganada… y profundizado cual salmo de oración durante el macrismo.

La consultora Focus Market publicó a finales de mayo del 2018 un informe sobre los “Niveles de Participación del Mercado sobre Categorías y Fabricantes en Argentina” (https://www.infobae.com/economia/2018/05/31/concentracion-y-precios-mas-del-90-de-los-mercados-de-panales-cervezas-y-detergentes-en-manos-de-pocos-fabricantes/), donde el economista redactor, Damián Di Pace, revela que tanto en los rubros de alimentos, de un total de 260 fabricantes, tan solo 18 de ellos son responsables del 60% del mercado existente, mientras que un 7% de estas firmas generan el 60% de la facturación. En el rubro de la limpieza, ocurre algo parecido, en donde, de un total de 52 firmas, solamente seis de ellas manejan el 82% del mercado, mientras que el 10% del total de esas empresas genera el 80% de la facturación declarada.

Estos números delatan una concentración cuanto menos obscena, donde la competencia es tan solo un chiste y las condiciones de participación de las ventas de los proveedores más chicos es casi fantasmal. Entonces, dentro de éste marco precapitalista, es donde se dan las situaciones de los pequeños almacenes, dentro de otra escenografía situacional que es el de la cuarentena. Y volvemos a la cuestión de la concentración de las ventas y con ellas, de las ganancias, en muy poquitas manos. Escenario múltiples veces denunciado pero nunca puesto como tópico de discusión en las agendas, tanto político-públicas como mediáticas. Casi como si de un virus. Un virus invisibilizado con el método de los infantes, tapándose los ojos con las manos. El virus que nadie quiere nombrar.

Un ejemplo que cristalizó todo esto es el de las licitaciones de alimentos por parte del Ministerio de Desarrollo Social para el refuerzo de planes alimentarios y sociales dentro de la situación de necesidad pandémica. El publicista militante de Propuesta Republicana, Diego Cabot, publicó en el diario de la familia Mitre una nota (https://www.lanacion.com.ar/economia/coronavirus-polemica-compra-alimentos-del-gobierno-precios-nid2351250) a partir de la cual estallaron las críticas buscando la sangre del ministro Daniel Arroyo. Cabot, digno hijo de la patria zocalera argentina de los medios gráficos, que también están concentrados y monopolizados, se esfuerza en mostrar lo espectacular, lo tribunero, lo sensacionalista de la situación, pero no nos dice quiénes son las empresas licitadas.

Si nos ponemos a investigar, son 6 las empresas que iban a recibir casi 550 millones de pesos, de las cuales sólo una es productora de alimentos, las restantes cinco son sólo intermediarias. Ahora, de esas cinco empresas, cuatro son duplicadas, es decir, dos tienen el mismo dueño titular, y otras dos tienen el mismo domicilio fiscal y EL MISMO número para contacto. O sea que la diversidad no es más que una fachada que respeta la norma de la concentración que mencionábamos hace un momento. De esta forma, cobra sentido el argumento de Arroyo al decir que “los empresarios se plantaron con los precios”. Si enfrente tenés, en lugar de seis, a tres proveedores, las negociaciones licitatorias se tornan difíciles.





Entonces, en menos de siete días, en donde la situación de a poco desborda y los medios no llevan calma a la población, sino ansiedad con sus títulos incisivos y sensacionalistas, el gobierno se ha visto envuelto en dos situaciones no forzadas, donde comenzaron a correr detrás de la zanahoria, y no delante de ella como venía haciéndolo hasta el comienzo de la segunda temporada de la cuarentena.

Esto es la enorme necesidad de dos cosas: en primera instancia, de saciar el hambre hasta ahora no atendida de poder criticar alguna de las medidas del gobierno de Alberto Fernández que, recién el viernes pasado celebró los cuatro meses desde el comienzo de la gestión, y que posee una innegable determinación de ponderar el bienestar general de la población, comenzando con los que desde hace décadas no tienen la misma capacidad de resguardo o que directamente han crecido y echado raíces como el sector desprotegido por excelencia de nuestra sociedad en términos de capacidad adquisitiva, de inserción social, laboral y tecnológica, de recursos y hasta de hábitat y capacidad alimenticia.

Y la segunda cosa es la de ocultar con cuanto elemento se disponga a la mano (cacerolazos oportunamente mezclados con aplausos a los trabajadores de la salud, los trolls de Marcos Peña recién salidos del coma, inducido por el 48% obtenido en octubre; las denuncias con exceso de pimienta de una posible corrupción en la compra de los alimentos que mencionábamos recién – la cual, aclaro, deberá ser investigada y éste cronista celebra la rapidez con la que se puso a disposición el gobierno para dicha investigación – y hasta con la caradurez de defender a los jubilados que ya vienen golpeados por el robo a mano firme sufrido por éstos tanto por el desfinanciamiento de la ANSES como de la baja de los haberes jubilatorios por la reescritura de la fórmula de pensión) ocultar con cualquiera de estos elementos, en conjunto o en separado, pero de forma incesante, el debate que cada vez se torna más difícil no poner sobre la mesa: con toda la cantidad de medidas tomada para poder palear la coronacrisis de la mejor manera posible ¿cómo y con qué recursos se va a pagar esta guerra contra el COVID-19?

El grosero suceso de la semana pasada en la cola de los bancos, lo decíamos el programa pasado, tiene varias culpas, todas compartidas, y entre ellas, la de los banqueros, dueños de las entidades monetarias y crediticias privadas, cuyas ganancias facturadas en el 2019, según informes del Banco Central, superaron raudamente las once cifras. En este mismo sentido, la AFIP publicó en el día de ayer el descubrimiento de 950 cuentas de argentinos en el exterior que suman 2600 millones de DÓLARES, todas sin declarar (https://www.baenegocios.com/economia/La-AFIP-descubrio-mas-de-USD2.600-millones-en-950-cuentas-sin-declarar-20200407-0154.html). Dinero producto de la evasión fiscal, es decir, plata que sus dueños no querían dejar ir en impuestos, plata que el Estado debería haber recaudado y que hoy no tiene.

Hasta ahora, el gobierno del Frente de Todos ha demostrado muy poca determinación para demostrar de forma inequívoca que es el Estado el que determina las reglas de juego en cómo se relaciona económica y socialmente los diferentes actores, y no los privados. Necesitará dicha voluntad de no dar el brazo a torcer ante los sectores concentrados de poder para poder lograr cobrar estos recursos que le corresponden de por sí al Estado, a lo cual los sectores de la oposición del radicalismo difuso y del PRO se opondrán con garras y dientes. En pocas palabras, demostrar ser lo que son: la verdadera y única autoridad como administración del Estado.

Porque lo que se defiende, desde los sectores amantes de esa entelequia llamada “República” que con cada invocación tiene un significado diferente, no es y nunca ha sido la supuesta y valiosa libertad de los argentinos y argentinas, ni la democracia que demostraron nunca entender ni querer defender, sino sus privilegios de clase. Es por eso que no dejarán de aprovechar ninguna oportunidad para poder defender esos privilegios. No cederán ni un centímetro de terreno en la batalla cultural por el origen de los recursos para poder palear esta batalla que el mundo entero está dando contra un “enemigo invisible”. Dicho esto, no debemos dejar de tener en cuenta que el viento sigue corriendo en favor de los que saben y ponderan la salud, la educación, la comida y la vivienda como valores constitutivos de la dignidad, y no como si fueran bienes de mercado. Hacerlo sería bajar la guardia y desproteger la batuta que tanto dolor costó conseguir. No olvidemos, que por más pandemia y encierro, no es el enemigo el que gobierna.

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