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Inconductas: tres reflexiones necesarias


Por Manuel Parola |


El mes de febrero termina con dos cargas en su haber: en primer lugar, el ser un mes más largo de lo que le corresponde (recordemos, año bisiesto) y sin embargo haber tenido la duración de un suspiro. Y en segundo lugar, ser el periodo en donde las críticas a Alberto Fernández se recrudecieron al punto de ser diarios los planteos sobre el que hacer y la inacción del gobierno del Frente de Todes.


Y es preciso hacer hincapié en la palabra “gobierno”, ya que Argentina está saliendo de un periodo de cuatro años en donde la situación más que una administración estatal pareció ser una película en retrovisión en materia de derechos adquiridos por las “inmensas minorías”: obreros, estudiantes, sexualidades disidentes, trabajadores del más amplio espectro, jubilados, infancias, poblaciones vulnerables por su condición social, de salud o de origen étnico o geográfico… En fin, el amplio espectro de las clases trabajadoras y los sectores medios. Todos estos sectores vieron día a día la voladura, la rifa, el despojo de sus derechos más elementales. Entre ellos el de poder comer.


El miércoles pasado, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) dio a conocer que durante el 2019, las ventas en los supermercados bajaron un 9,7%, y un 8,4% en los autoservicios. Por otro lado, el año 19 terminó con un acumulado de 54 puntos de inflación. Pero por supuesto, la cuestión económica terminó siendo completamente escondida por los medios entre títulos que intentaron pintar los encuentros entre el ministro de Economía, Martín Guzmán y la nueva presidenta del FMI Kristalina Georgieva, como unas jocosas reuniones de té, como si de juntarse a jugar al truco se tratara, y no de la realización de una agenda de gobierno que lo que busca no es la venia del organismo multilateral, sino la negociación de los plazos de pago de una deuda extraordinaria que nos compromete en un 91% de nuestro Producto Bruto Interno… y en dólares, es decir en moneda extranjera, que no se emite en Argentina. Deuda que bien podría ser titulada la locura más grande jamás llevada adelante por una gestión argentina. De todos modos, la revista Forbes ya lo hizo.


Otra de las maniobras utilizada por los medios de comunicación fue la de arrojar cifras al aire, utilizando un fragmento sacado de contexto de un informe del Centro de Economía Política Argentina, para elaborar una discusión sobre si los jubilados, con la reforma de los haberes jubilatorios y las pensiones, que aún no está publicada ni aplicada, los beneficiarios iban a terminar siendo víctimas de un ajuste en sus asignaciones, siendo que éste monto terminaría siendo, incluyendo el bono de 5000 pesos entregado tanto en enero como en el mes de febrero, mayor al que hubiese correspondido con la fórmula macrista, con la cual habrían ganado un 11,4% de aumento, y acumulado una pérdida de poder adquisitivo de un 44% en referencia del poder de compra del 2015.


Y cerramos el segundo mes del año, el tercero de la gestión de Alberto Fernández, con dos nuevas discusiones: la primera, ocurrida durante la semana pasada, en donde un día el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, menciona en una entrevista radial un posible aumento de tarifas, y al día siguiente, también en una entrevista radial, el presidente desmiente tal cosa, alegando justamente que además de no estar planificados dichos aumentos, aún no estaban realizados los relevos tarifarios para poder alegar la necesidad del aumento de los impuestos. Esta discusión además queda saldada con el anuncio del disparo de largada de la pesificación de las tarifas de energía, o para que quede más claro, la desdolarización de las mismas. Esto es un error no forzado, a las claras el más grave hasta ahora, estando además lejos de ser el primero, ya que el gobierno, hasta el día de la fecha, viene acumulando varios errores de comunicación. Y cuando se trata de una administración reformista como se ha planteado la del Frente de Todes, la cintura en políticas de comunicación se convierte no sólo en una herramienta importante, sino en una imperiosa y urgente necesidad.


Y esto último ha quedado claro con el comentario sin anestesia del presidente el viernes 21 de febrero, en un contexto de despedida de 228 infantes en vísperas de su partida a una misión de paz de las Naciones Unidas en Chipre, alegando una necesidad de la sociedad argentina de “pasar página” respecto a las “inconductas de algunos”. Lo cierto es que estas palabras fueron rápidamente analizadas, reproducidas y bombardeadas por las organizaciones de Derechos Humanos, que obviamente se tomaron verdaderamente mal estas afirmaciones ¿Y quién no? La rectificación presidencial no se hizo esperar mucho y Fernández publicó un hilo de Twitter, donde aclaró que las inconductas son nada más y nada menos que delitos atroces que contribuyeron a la desaparición, tortura y asesinato de por lo menos 30 mil hombres y mujeres, y al secuestro sistemático de criaturas recién nacidas, arrancadas de los úteros de sus madres parturientas.


No vamos a gastar tiempo en dar nuestra postura sobre las declaraciones del presidente, sino en sus repercusiones y las posibles y necesarias reflexiones. Dentro de ellas, podemos distinguir tres: la primera es que nadie que se llame a sí mismo “buena gente” puede optar por una postura negacionista y de reconciliación para con los genocidas, muchos de ellos hoy libres cual mariposas. La plural y democrática escalada de recriminaciones y protestas contra las “inconductas” deja entrever que el intento de agitación de la teoría de los dos demonios recargados que llevó adelante el gobierno de Cambiemos y de Mauricio Macri no han hecho mella en la postura de lucha de la sociedad que dentro de menos de tres semanas volverá a las calles a 44 años del estallido de la dictadura más sangrienta de nuestro país, clamando por verdad, memoria y justicia.


La segunda repercusión que se puede avisar, y que a criterio de éste cronista es la más grave, tiene que ver con la facilidad con la que gran parte del 48% de la sociedad ha olvidado que uno de los ejes aglutinantes del gobierno frentista es el Nunca Más y la defensa irrestricta de los derechos humanos. Una de las más graves secuelas que la década de los ’90, Cavallo, la Alianza y los “cinco presidentes en una semana” le dejaron a la sociedad argentina han sido perder la noción de que la democracia representativa, si bien descansa su funcionalidad en hombros que tienen nombre y apellido, y en instituciones de larga data, no se trata de votar nombres y personajes, sino proyectos políticos e ideas que estos personajes traen consigo ¿O acaso alguien lo votó a Alberto Fernández porque es su ídolo político? ¿O lo hizo porque, acompañado de Cristina Fernández de Kirchner, representan un proyecto que ya ha dado sus frutos en la construcción de bienestar social y ampliación de derechos?

Ahora bien, dicho mal y pronto ¿todo esto quiere decir que nos tenemos que comer los sapos en silencio? Para nada. Pero como nos llegó desde las redes sociales de Jorge Alemán, un psicoanalista y pensador político de los más destacables en nuestro país, no debemos perder de vista que, ente cualquier claudicación, el más mínimo paso hacia atrás, incluso si es para tomar un impulso, será utilizado por los todavía adoloridos cambiemitas que, cual niño caprichoso al que le han quitado su juguete, todavía patalean alegando que, aunque lograron romper el record de tiempo de cómo destruir un país estable y soberano, tienen la receta para poder resolver los problemas en los que ellos mismos nos metieron.


La oposición está afilándose los dientes, esperando el menor error. Ya hubo varios, y la mayoría ni siquiera han sido forzados. Reiteramos, los sapos no se comen en silencio, y si bien todes conocemos las fronteras dentro de las que juegan los intereses del Frente de Todos, éstas no deben desdibujarse nunca, y como en el juego del marinero a la balsa, aquella persona que pise la soga no deberá pasar desapercibida. Pero tampoco debemos olvidar que al espacio frentista le sobra nada.


La tercera reflexión que los dichos de Alberto Fernández nos dejan, es el rol social de las Fuerzas Armadas. Según el historiador Oscar Oslak, el ejército nacional es un componente necesario para la conformación de un Estado-Nación. La historia nuestroamericana de los últimos meses nos está mostrando que los viejos estados nacionales, de estructura centenaria, no han sabido responder a las necesidades de los pueblos latinoamericanos. Entre las explosiones civiles en Chile y el enfrentamiento perpetuo y a cara de perro de la población, ya no contra el gobierno sino contra el propio sistema; el golpe de Estado en Bolivia que no hace más que seguir ratificando su desprecio por el Movimiento Al Socialismo y a su líder Evo Morales; el descalabro judicial existente en Perú, componente al que se le suma el fracaso económico y social en Ecuador y en Colombia, y la progresiva y acelerada concentración de la riqueza en Brasil y la destrucción de sus ecosistemas ¿es tan loco pensar que, con el puntapié de las reformas judiciales y una evidente y NECESARIA transformación del rol social de las Fuerzas Armadas, podemos desde los países latinoamericanos, y puntualmente en Argentina, encontrar una nueva forma de conformación de las instituciones que constituyen nuestros Estados? ¿Es tan delirante pensar en una nueva forma de organización de nuestras estructuras, para que, parafraseando a Wos, con menos se pueda vivir en paz?

Este proceso no es una idea original: el comandante Hugo Chávez Frías reinició la revolución bolivariana un día 2 de febrero de 1999 con una reestructuración completa del aparato estatal, demostrando en pleno apogeo del “final de la historia”, que el socialismo no sólo era una posibilidad aún viva y existente, sino una necesidad imperiosa para el crecimiento, desarrollo y bienestar de los ciudadanos venezolanos, dentro de un sistema lejano a la depredación ecológica, económica y social característica de la matriz capitalista.


Volviendo a poner los pies sobre la tierra, se torna evidente que ni el gobierno de Alberto Fernández, ni Alberto Fernández van a plantear estas cosas. Pero, no por eso, la reflexión deja de ser interesante. Y en el caso de los y las comunistas, como parte activa e indispensable del Frente de Todes, esa discusión es necesaria.


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