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Los Reyes Desnudos


Por Manuel Parola


El escritor y periodista Ryszard Kapuscinsky dijo alguna vez que, a partir de que la información se convirtiera en mercancía, el periodismo iba a pasar a ser un negocio. Y fíjense cuán en lo cierto estaba, que si hay algo que el periodismo ha dejado entrever, es cómo los grandes peces, o en todo caso las grandes empresas, terminan definiendo unilateralmente la agenda de lo que se habla. Y por supuesto, entonces, señalando con la espalda lo que queda en las sombras de la ignorancia. En criollo, lo que no se dice no existe para las grandes masas cuyo único pantallazo hacia el resto del universo que no son su casa y su lugar de laburo, es la televisión, la radio y los portales digitales.

Es de esta manera cómo podemos darnos cuenta de que, como lo que importa es hacer que la población disponga de información rápida, en lugar de darle la mejor información, queda a las claras la falta absoluta de calidad en los informativos, en las tertulias, en los editoriales de los grandes grupos concentrados de comunicación. Como lo dijera Gabo García Márquez, la mejor noticia no es la que se cuenta primero sino la que mejor se cuenta.

La ausencia de análisis desde los medios de comunicación al momento de informar alimenta dos situaciones: la capacidad de comparar peras con papas, que por más que empiecen con P las dos, no son lo mismo; y el ingenio para poder inventar o confundir datos que, al distribuirlos en las redes sociales sin antes chequearlos, expanden la epidemia de otro virus que es mucho más contagioso que el COVID-19. El miedo. Y el miedo es la oposición práctica a la responsabilidad, y como la rapidez es ley y el tiempo es plata, la cantidad es sinónimo de calidad, y de ahí a los grupos de WhatsApp.

Ahí está: entre la ponderación de la cantidad de casos confirmados de coronavirus a la hora de publicar, en lugar de hacer hincapié en la profundidad de las medidas tomadas por el gobierno nacional y provincial, tenemos una sensación de que nos falta información tal que, a la hora de recibir un mensaje con una grabación de una persona en Italia, o en Estados Unidos, reenviamos sin siquiera pensar en las consecuencias. Y esto no es culpa del gobierno, cuyas medidas han sido destacadas por las organizaciones internacionales y hasta incluso por otros Estados. La situación es nada más y nada menos que el individualismo generado por la cultura neoliberal del sálvese quien pueda, que proviene del “si yo puedo, vos también” de la meritocracia que tanto defienden los adláteres de Juntos por el Cambio y el ahora expresidente y conferensista Mauricio Macri.

La falta de una vuelta de rosca de los números que se vierten como agua desde la canilla es lo que nos inhabilita el análisis colectivo. Porque… si nos ponemos a pensar sólo un poco, las diferencias sanitarias (en referencia a los métodos y al impacto en la población, no de lo nuevo o moderno de los equipos) entre los efectores públicos de Argentina con Europa, como conjunto de países en pandemia, son abismales.

Ejemplos a tener en cuenta: el coronavirus afecta fundamentalmente a personas que ya poseían una enfermedad previa o cuyas defensas estaban en descenso. Ahora bien, a más de uno se le habrá escapado el detalle de que la pirámide poblacional de Europa en su conjunto tiene la forma de un triángulo invertido, con muchísimos más ancianos y ancianas, que además de ser población de riesgo, se encuentran encarando los últimos fríos, que en el viejo continente traen nevadas, viento y temperaturas bajo cero.

Entendiendo esto, lo que hace falta es sumar al factor más importante y el que, de no ser por su corrimiento de determinados lugares, la historia sería muy diferente: el Estado y el rol que ocupa para con los habitantes que lo conforman. El neoliberalismo, y acá nos referimos a sus aspectos constitutivos a la hora de gobernar, terminó por desfinanciar y en algunos casos, como el italiano, desmantelar las estructuras de la salud pública, relevando su posición histórica de derecho humano a un bien de mercado. Y esto, insistimos, es constitutivo. Estructural.

Las medidas tomadas por el presidente Fernández y su gabinete representan un 2% del Producto Bruto Interno ¿Alguien se anima sólo a intentar pensar cómo nos habríamos plantado como país ante esta pandemia, si Mauricio Macri y la alianza Juntos por el Cambio siguiera estando a la cabeza de la administración nacional? Un gobierno que se negó a construir más hospitales, a terminar los que ya estaban en obra y hasta incluso de entregar las remesas provinciales por coparticipación, indispensables para la pavimentación de caminos, de rutas, de calles; para la construcción de viviendas. A veces da alegría que algunas afirmaciones sean contrafácticas.

En su programa Brotes Verdes, del canal C5N, Alejandro Bercovich nos mostraba el proceso de endeudamiento, de desfinanciamiento de hasta un 50% de su presupuesto, la reducción de un 10% de su personal y de un progresivo abandono del Hospital Malbrán, el cual hoy es el que atiende a los infectados con COVID-19. Entre esto, más una habilitación para el aumento casi religioso de las tarifas de las medicinas prepagas, llegando a la reducción del ministerio de salud a una secretaría, con presupuestos y personal mucho menores a la anterior ponderación. Esto es el neoliberalismo: un modelo donde la libertad de mercado corre de sus lugares indispensables a la gestión pública, colocando lo que en otro momento era un derecho público en el lugar de una mercancía.

El coronavirus, además de una fabulosa cortina de humo para que, en una coyuntura nacional en donde las estructuras todavía crujen de nuevas mientras se acomodan a sus flamantes administraciones y el país, como puede, renegocia una deuda pública que compromete al 91% de nuestro PBI, y que a la claras está que no ha servido para nada más que para comprometer a los destinos de los argentinos y las argentinas de aquí a 97 años. Ha servido para desnudar a más de un rey: Estados Unidos, la potencia más importante y orgullosa de la economía global, cierra sus fronteras y trata el tema, más que como un problema de salud pública, como un obstáculo a superar para su reelección, mientras que China y Cuba envían sin descanso tropeles de médicos con la intención de sumar su ayuda para combatir el coronavirus; los soberbios europeos cuentan los muertos por día y en tres cifras, y Chile, el mejor alumno de la Escuela de Chicago y ejemplo de los grandes liberales mundiales, han dado a conocer las cifras de infectados, triplicando las de Argentina. Caso similar en Uruguay y en Brasil.

Bomba que no fue detonada en ningún periódico, cualquier formato que sea: Venezuela no ha detectado NINGÚN caso nuevo desde hace 60 horas, desde la publicación de este artículo, y todo por motivo de la cuarentena obligatoria decretada por el gobierno bolivariano.

No se trata de amiguismos, ni siquiera de si nos gusta tal o cual gobierno, sino del modelo que dichos gobernantes llevan adelante: incluso con un bloqueo unilateral de proporciones criminales y que ya cuentan años, Venezuela y Cuba se muestran firmes, vigilantes y por sobre todo humanos ante esta crisis social que ha atravesado fronteras como las líneas invisibles que son.

Como bien observa el periodista popular Marco Teruggi, se trata de una pandemia en un mundo hiperconectado, primera experiencia histórica de esta naturaleza, la cual traerá cambios profundos a nivel político, geopolítico, económico y social. La desnudez de los, hasta hoy, reyes del mundo, nos permite ver un escenario emponzoñado durante años por la hegemonía del “fin de la historia” y de la verdad única de Milton Friedman y de Hayek. El libre mercado y los populismos de derecha habilitadores de una persecución hacia los sectores más desprotegidos por el capitalismo que convierte la salud, la educación de calidad y la vivienda digna en mercancías según el caso inalcanzables si no es a través del endeudamiento perpetuo, han dejado a partir de los años 80 y de los 90, un mundo en donde lo natural es tener que obtener un crédito para poder llenar el carrito para comer, o pagar la escolaridad de tus hijos, o que quienes, en palabras de un estadista, “caen en la pública”, los basurales les llegan hasta la puerta de la casa y en los días de lluvia, el agua les tapa los pies y las cloacas emergen por sus pisos.

La dignidad se volvió un bien comercializable, en estos años, y tiene como precio el buen comer de quienes históricamente y de forma angurrienta, han concentrado mayores niveles de riqueza. Eso sí, el fanatismo de Juntos por el Cambio durante su gestión se encargó de delimitar esos sectores a personajes o rubros bien puntuales: las agroexportadoras, el sector energético y minero, y fundamentalmente el sector financiero y especulativo.

Como dice el dicho, la crisis del coronavirus en Argentina y en el mundo, nos muestran la fragilidad del sistema hegemónico en el mundo: he ahí la oportunidad. Estamos a tiempo de preguntarnos qué mundo nos encontraremos después de que la pandemia se aplaque, hacia cuál nos dirigiremos y hacia cuál no debemos volver nunca más. A ver si a fuerza de tropiezo tras otro, le encontramos una respuesta.

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