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¿Reglamentar qué?

Foto del escritor: El MalónEl Malón

Por Ivana Estéfano


Reglamentar para adquirir derechos laborales considerando así a la prostitución como trabajo sexual, es la reclamo que lleva adelante AMMAR con Georgiana Orellano al frente. Pero, ¿se puede reglamentar algo, ignorando que ya está reglamentado? 

Dentro de los múltiples motivos por lo cuales exigen la reglamentación de la prostitución, parecen ignorar que la situación a la cual se ven sometidas las mujeres y travestis en situación de prostitución, está reglamentada desde sus inicios. Se basa en el privilegio del hombre cuyo poder adquisitivo lo habilita a pagar para usar el cuerpo de una mujer o travesti. Nace del patriarcado y de la desigualdad económica que conlleva. Nace de ver como objetos nuestros cuerpos y reducir nuestro deseo sexual a la obediencia para satisfacer el deseo sexual del hombre. 

El reglamentarismo demoniza al abolicionismo, igualándolo al prohibicionismo y alegando que sacralizamos la sexualidad. ¿Es acaso sacramentar la sexualidad reconocer que las mujeres y travestis también tenemos deseo sexual? Y que por consiguiente no deberíamos tener que recurrir al sexo para poder comer. El reglamentarismo iguala la explotación sexual a la explotación laboral en una fábrica o en una oficina, ignorando que la explotación sexual, además de anular el deseo de la persona que pone el cuerpo, la expone a condiciones insalubres y de riesgos, que lejos están de desaparecer con la reglamentación de la prostitución.

Debemos preguntarnos, con la reglamentación, ¿acabarán los hombres que ven a la mujer y a la travesti sólo como un depósito de esperma? ¿Acabarán los hombres que por pagar sentirán el derecho de violentar a la persona que pone el cuerpo, si eso los excita?

"Yo al patriarcado le cobro" dice Georgina Orellano. Las mujeres y travestis abolicionistas no queremos cobrarle al patriarcado, queremos destruir el patriarcado, queremos empoderar nuestro cuerpo y eso está lejos de tener que ponerlo por necesidad, queremos poder terminar nuestros estudios y tener igualdad de oportunidades en cualquier puesto de trabajo al que aspiremos. ¿Cuántas mujeres reglamentaristas cuyas condiciones económicas nunca las empujaría a una esquina, abandonan su trabajo donde se consideran explotadas para prostituirse? ¿Acaso se imaginan eligiendo sus clientes si no cumplen con los estereotipos de belleza patriarcales? ¿Se imaginan eligiendo sus clientes en la pobreza? Debemos escuchar a las mujeres y travestis sobrevivientes de la prostitución, aquellas que no pueden elegir. Aquellas que quieren estudiar, aquellas que quieren trabajar. Aquellas que sí pusieron y ponen el cuerpo, aquellas que pusieron la vida.

Las mujeres y travestis no debemos reglamentar la explotación de nuestros cuerpos, debemos abolir el sistema prostituyente. Debemos hacer caer al capitalismo, con él caerá el patriarcado. No podemos igualar la explotación sexual a un reclamo sindical, porque no existe el derecho a vender el cuerpo, existen múltiples necesidades que llevan a eso. Las abolicionistas no exigimos que se condene social y penalmente a la persona en situación de prostitución, condenamos al hombre que paga a la policía que se aprovecha y al Estado que abandona. Tenemos que tener derecho a vincularnos sexualmente con personas que elijamos desde lo afectivo y/o deseo, tenemos que tener derecho al ejercicio pleno del disfrute, del goce de nuestra propia sexualidad, tenemos que tener derecho a tener vínculos sanos y la marginalidad nos despoja de esos derechos cuando nos empuja a la prostitución. 

El reglamentarismo nos acusa de querer decirle a las mujeres y travestis qué hacer con sus cuerpos, las abolicionistas insistimos en que nosotras no decimos a nadie qué hacer con su cuerpo, eso ya se los dice el hombre que paga. Insistimos que estamos del lado de las personas en situación de prostitución, nunca del lado del sistema que las empuja a eso e insistimos en que la prostitución no es el oficio más viejo del mundo, es el privilegio más viejo del hombre.

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