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Una breve consideración sobre el debate presidencial

Por Leandro Campaña Molina |


El debate presidencial del pasado 13 de octubre no hizo más que reforzar que efectivamente vivimos en tiempos de simulacro y simulación donde la imagen se traslada al primer plano y la palabra como instrumento de poder pierde importancia. Importa el modo y la forma de transmitir el mensaje y no el contenido del mismo. El dominio de la pantalla tiene como principal objetivo el de generar y transmitir múltiples emociones y sensaciones, despreciando de esta manera la reflexión intelectual y consiguiendo, entre otras cosas, que la política se vuelva un mero espectáculo para que el individuo disfrute en la privacidad y comodidad de su hogar. Lo que probablemente la mayoría entienda por política actualmente, poco tendrá que ver con las definiciones proporcionadas por distintos politólogos o cientistas políticos reconocidos mundialmente y mucho menos con las proporcionadas por los filósofos en la Antigua Grecia; sino más bien tendrá que ver con una concepción impuesta por la ideología dominante ya que al estar mediatizada por el espectáculo, la política es una representación del pensamiento dominante difundido a través de los medios hegemónicos de comunicación. Todo esto a grandes rasgos significa el triunfo del infantilismo y el espectáculo por sobre la madurez y la reflexión.

El formato del debate presidencial promueve que los distintos candidatos expongan sus principales ideas haciendo hincapié en las formas y modos de transmisión y difusión, es decir, las intervenciones deben tener preferentemente el formato de spots de campaña. De esta forma aparecen un sinfín de consignas genéricas, chicanas, eslóganes y una cantidad innumerable de mentiras como si el debate político se tratara de eso. Queda en evidencia que aquí lo que interesa es el show, el espectáculo, la emoción y la mirada sensible y ni siquiera el mejoramiento de la calidad democrática (burguesa) de un país. Incluso los deplorables análisis periodísticos, anteriores y sobre todo posteriores al debate, dejaron al descubierto esto ya que reivindicaron la importancia de las formas y modos de transmisión y difusión, haciendo particular énfasis en la gestualidad, y no apuntaron al contenido de las intervenciones y las ideas expuestas por los candidatos.

Pero no nos engañemos. La libertad proviene de las necesidades propias del mercado occidental y la democracia existe gracias a la existencia de este mercado, por ende de la misma manera que se elige un producto se eligen candidatos a la hora de votar. La magnitud del capitalismo no solamente consiste en su capacidad de generar y destruir constantemente, como ha estudiado Marx, sino también de renovarse todo el tiempo y por sobre todas las cosas en su capacidad para mercantilizarlo todo. Así funciona el mercado electoral y cualquiera que tenga conocimientos mínimos en Economía sabrá que una de las condiciones para la existencia de un mercado perfecto y en equilibrio es la disponibilidad de información perfecta, tanto para el consumidor como para el productor, quienes son capaces de tomar las decisiones más adecuadas en base a la información disponible. Pero lo que se intenta conseguir no apunta como se dijo más arriba al mejoramiento de la calidad democrática burguesa, es decir al perfeccionamiento del mercado electoral, sino a fabricar consumidores mal informados que tomen decisiones irracionales (como también sucede en otro tipo de mercados). El objetivo es crear un electorado mal informado contribuyendo a que el acto democrático por excelencia dentro de la legalidad burguesa, el voto, sea una toma de decisión completamente irracional que atente contra los propios intereses del votante. Los votantes no son más que consumidores, clientes y usuarios que se mantienen pasivos ya que canalizan su descontento mediante el ejercicio del voto.

Este tipo de debates no tiene como fin que los candidatos brinden información perfecta a los consumidores sino que más bien los candidatos apelan a técnicas y habilidades de persuasión centrándose, por ejemplo, en su capacidad para manejar el tiempo o en el atractivo de su imagen y en consecuencia lo que el público consumidor observa es un reality show donde prevalece la actuación y la simulación. Por este motivo termina siendo más llamativo la gestualidad y no la capacidad y aptitud intelectual de los oradores en cuestión. Una mera puesta en escena y una masa de individuos observando pasivamente la televisión como cualquier programa de entretenimiento chatarra. El colectivo de ciudadanos activo y participativo se desvirtúa totalmente y nos encontramos ante una masa de clientes que deben elegir un producto en base a información débil, tendenciosa y engañosa.

En suma, este tipo de debates es promovido como la fiel representación de la discusión política pero en realidad el fin es banalizarla totalmente reduciendo su complejidad para que pueda ser incorporada por espectadores pasivos promoviendo y alentando la poca madurez intelectual y cognitiva. Es decir, la política se infantiliza. La política es vaciada de contenido y se oculta su real sentido: una herramienta de poder capaz de transformar el destino de los pueblos.

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